miércoles, 3 de agosto de 2016

EL ENCUENTRO CON LA VERDAD

El Encuentro Con La Verdad

Alejandro Jodorowsky: Le cuentan a un hombre que la Verdad existe en algún lugar. Comienza a buscarla por el mundo entero hasta que, al cabo de muchos años, llega a una lejana aldea situada al pie de una montaña. Los aldeanos le dicen que en la elevada cima habita la Verdad. Decide comenzar a escalar la montaña de inmediato. Es una masa rocosa, llena de cactus. Con las manos heridas, la ropa desgarrada, casi muerto de fatiga, después de una ascensión en extremo desagradable, alcanza la cima, en la cual hay una caverna. Al entrar en esa oscura profundidad ve, alumbrándose con una vela, a una vieja sin dientes, cubierta de arrugas, de una fealdad enorme. La bruja le dice, mirándolo con sus ojillos llenos de lagañas:
-¡Soy yo, la Verdad!
El hombre, asqueado, le responde:
-¡He perdido el tiempo buscándote! ¡Es estúpido haber escalado hasta esta inhóspita cumbre sólo para ver tu monstruosidad! ¡Adiós, Verdad horrible!
Sale furioso de la caverna. Pero cuando avanza unos metros descubre que el paisaje es maravilloso, que la montaña tiene colores sublimes, que hay flores que no había percibido, pájaros, insectos, mariposas. Los cactus emiten agradables aromas, las piedras brillan como joyas. En el valle, increíblemente fértil, la aldea se alza en medio de una paz admirable. Se da cuenta entonces de que su espíritu ha cambiado porque ve la belleza en todas partes.
Mientras desciende, en pleno éxtasis, escucha la temblorosa y desentonada voz de la vieja:
-¡Espera! ¡Te quiero pedir una cosa!
-¿Qué?
-Cuando llegues abajo, di a todos los aldeanos que soy joven y hermosa.

El encuentro con la Verdad puede parecemos desagradable, porque para realizar lo que tenemos que realizar debemos perder por completo las ilusiones. Sin embargo, para perderlas debemos antes habérnoslas creado. Primero buscamos una Verdad ilusoria. Después, a fuerza de no encontrarla, la odiamos. Luego, sobrepasando nuestro disgusto, aceptamos lo que es tal como es. En vez de atormentarnos por nuestra ignorancia, sentimos el calor de la felicidad en la médula de los huesos.


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